Tuve una pesadilla. Anoche. Soñé que mis dos gatas debían ser sacrificadas. Es mi departamento de la infancia y hay dos personas, primas mías, que están apuradas para ver un programa de tv, y por extrañas razones son ellas quienes se encargarán de la tarea de inyectar el líquido letal a mis dos bichitos. Las veo apuradas, guardando cosas en sus carteras, en el comedor de mi casa, y les pregunto si ya lo hicieron. Dicen que sí. Y les pregunto si las gatas sufrieron y entonces todo es horrible. La mayor de mis primas me dice que todavía no están muertas, y que sí están sufriendo porque tienen "espasmos". Y me señala hacia la puerta de salida del departamento.
Entonces las veo. Están las dos tiradas en el piso, como si hubieran querido irse sin llegar a salir, con la puerta cerrada en sus narices, inmóviles salvo por un movimiento como de retorcijón o estornudo (los gatos estornudan con todo el cuerpo). Es un movimiento leve, están como entregadas, pero puedo notar que sienten dolor.

Mamá aparece en la escena y me contiene, yo corro hacia Manuela, la mayor y más querida de mis gatas. La siento respirar. Mamá me acompaña. La cargo en mis brazos y siento que su dolor se alivia. Mamá me ayuda y Manuela estira la cabeza hacia su pecho, como si quisiera morir en brazos de las dos. Mis primas se acercan e intentan desmerecer nuestras caricias asegurando que, de todas maneras, la gata sufre. Estoy desesperada, terriblemente angustiada, me siento impotente y frustrada, y aún así siento que Manuela, en mis brazos, me consuela también en sus últimas horas. Cuando la garganta me está por estallar de dolor, me despierto llorando, asustada. Ya es de día, Ariel duerme al lado, sin enterarse. Estoy muy muy triste y llamo a Manuela, que viene con todo su peso sobre mi pecho y me cura un poco.
Pienso cosas horribles.
Después de un rato, vuelvo a dormir hasta las once.